Aprender de grandes: dos casos ejemplares

El jueves 7 de julio del año pasado, Benjamín Klingenfeld fue a la Facultad de Derecho de la UBA, entró al aula 55 y encaró hacia los docentes. Tenía que dar el último final para recibirse de abogado, pero uno de los examinadores lo miraba extrañado. "Le tuve que decir como tres veces que sí, que tengo 85 años", contó entonces Benjamín.



Ya era contador y licenciado en Economía, y terminó abogacía en sólo cuatro años y medio. Para lograrlo, tuvo que sortear todos los problemas de un alumno corriente y uno más: un problema cardíaco que derivó en una operación. 


Bajó un poco el ritmo, pero siguió avanzando. "Con la cooperación de mi señora, de mis hijos, de los profesores y mis compañeros, con los que tuve una excelente relación, pude llegar al día del último final", dijo Klingenfeld a los pocos días de su última graduación.



Emma Barraza llegó a la Primaria de Adultos 701 de General Pinto, provincia de Buenos Aires, en 2013. A los 86 años, era la primera vez en su vida que pisaba un aula. No sabía leer ni escribir. Era analfabeta, como muchos de los alumnos de esa escuela pública.


Desde que la tomaron como alumna, aprendió a escribir su nombre, reconocer las letras, copiar textos, hacer cuentas y saber cuánto vale cada billete que recibe cuando cobra la jubilación mínima.


El 9 de julio de 2016, en el pueblo realizaron el desfile por el Bicentenario de la Independencia. "Al abanderado lo eligen los alumnos. Y para ese desfile la eligieron a Emma", contó Rosana Cattólica, directora de la escuela.


En 2015 tuvo un ACV; se recuperó rápido y volvió a clases. En agosto, un perro le mordió el tobillo, pero antes de fines de ese año retomó los estudios.
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