Hondo pesar por el fallecimiento del ex concejal Ecio Bertellotti en la capital entrerriana

Hondo pesar causó en un amplio sector de la comunidad paranaense el sorpresivo fallecimiento del ex concejal y reconocido ecologista, Ecio Bertellotti.

Ecio falleció en su domicilio este martes a la noche.
Su deceso fue consecuencia de un infarto, cerca de las 21:00 horas de este martes, cuando se encontraba en su domicilio acompañado de su esposa, Norma Barbagelata. 


El respetado arquitecto, de 71 años, habìa logrado una concejalìa en el municipio de Paranà en la primera administraciòn de Sergio Varisco (1999/2003), de la mano del Frente Grande y sus opiniones en temas urbanos como ecològicos de la ciudad siempre fueron respetados por los sectores politicos y los medios periodìsticos en general.


Bertellotti se alejò de la polìtica tras ocupar esa banca, siguiò con tareas de su profesiòn, pero a la vez se ocupò de la meditaciòn, lo que se transformò en una de sus principales actividades en los ùltimos tiempos.


En marzo de 2017, el reconocido periodista y escritor Juliàn Stopello, hizo una excelente crònica sobre la vida de Bertellotti, en la web Entre Rios Ahora. La nota es una perfecta sìntesis del pasado y los ùltimos tiempos de Ecio, alguien muy querido y valorado por su conducta y sus opiniones.


"Hay un jardín liberado a su verde capricho en los alrededores del camino. La vereda serpentea y también se bifurca: uno puede rodear el árbol por la izquierda o por la derecha. No es mejor ni peor una que otra alternativa, sencillamente es así. 


La casa asoma detrás del pulmón, se ve una parte antigua y una construcción nueva en el lateral. Entramos en el ala nueva, amaderada, cálida, luminosa también. Hay que dejar el calzado en el hall y subir descalzo a la habitación superior, con tres ventanales, dos que se ofrecen al río y uno más hacia el sureste.


En este espacio, desde hace casi diez años, Ecio Bertellotti ofrece cuatro encuentros de meditación por semana. Comenzó a instancias de sus amigos, que también querían conocer el método y practicar otra forma de viajar, en este caso, hacia adentro y del modo más profundo y salvaje: en quieto silencio. 


“¿Qué hacemos en meditación?”, pregunta Ecio y se responde “nada”. Eso: nada, pero resulta que no es nada fácil hacer nada y es, a la vez, un descubrimiento notable. Como revertir la mirada, como navegar en la agitación del mundo, en plena conciencia del ejercicio y el sentir. Pero es, a la vez y en efecto, hacer nada.


De muy joven recuerda experiencias trascendentes, que relaciona con la meditación, algunas de una belleza resplandeciente. Pero la conciencia de hacerlo diariamente, de emprender ese camino, comenzó luego de ver la muerte de cerca. De querer, incluso, dejar que ocurra de una buena vez.


Ecio Bertellotti se sienta sobre las maderas del suelo. Cruza las piernas. La barba y el pelo cano, los hombros ligeramente hacia adelante. Mira hacia la ventana. Aquí mismo era la casa de sus padres. Aquí mismo vivió su infancia en una zona de anchos baldíos y muy pocas casas, cuando el Parque Urquiza no era espacio de paseantes acostumbrados, ni atletas frecuentes u ocasionales, sino más bien el patio interminable de los gurises de la zona.


El recuerdo de la naturaleza en el paisaje del barrio es nítido. Ecio puede enumerar, incluso, como postales, las instantáneas más importantes de su infancia: cuatro de cinco tiene que ver con el río. “Recuerdo comer en la casa de un pescador una sopa de fideos en un caparazón de tortuga”, dice y se ríe de aquel recuerdo, casi como si tuviera el cuenco entre las manos y el olor del alimento viboreando con piel de humo debajo de su nariz.


Tan importante fue el río, que con su primer trabajo y su primer sueldo, se compró una lancha para navegar. La escuela del Centenario fue su escuela y los maestros que pasaron por su vida los que perfilaron aún más un camino marcado por los mandatos de la familia. Había en ese apellido paterno, un destino de ingeniero. “Mi familia viene de la piedra, de la construcción, mi bisabuelo vino a trabajar aquí el mármol de la Catedral, mi abuelo fue constructor, mi padre arquitecto, un tío ingeniero, los profesores dieron por sentado que yo iba a ser ingeniero”.


Y Ecio se hizo ingeniero, pero también intentó estudiar filosofía. En el barrio, además, tuvo un ingreso extraordinario al universo de la poesía a través del vecino Juanele Ortiz. En realidad, lo conoció al poeta a través de un amigo, yendo a Santa Fe, pero después comenzó a visitarlo en la casa que estaba justo a la vuelta de la suya. Y cuando se fue a estudiar a Rosario, ofició más de una vez como correo entre escritores de allá y el poeta de aquí.


“Era un hombre mágico Juan, transmitía la magia que está en la naturaleza, en los pájaros que dibujan el cielo, en el silencio que rodea todo”, dice ahora.

“Me acuerdo de estar sentados en la puerta de la casa, Juan mirando el rosal de la entrada y diciendo, vaya, estas hormiguitas no van a dejar nada. Y sí, ahí estaba, el rosal, nosotros mirando y ya lo podías ver, adivinar, pelado por las hormigas”.


Si bien no tuvo en su juventud una militancia orgánica, Ecio atravesó la experiencia de los 70 involucrado en la época, tanto que frente a la desaparición y captura de amigos, conocidos y compañeros, en el 1976, ya junto a Norma Barbagelata, tomaron dos decisiones: primero se casaron y dos días después se subieron a un barco que los dejó en el puerto de Barcelona, para empezar de cero.


Pasó un año dando vueltas primero, buscando el modo de entrar a la ciudad, hasta que logró un lugar en la universidad y en particular en un departamento de matemática que generó contacto con científicos y con una nueva perspectiva sobre la ciencia.


En España, dice Ecio, “encontré mi vocación de matemático, el camino científico”. Se fascinó en un modo de ver la ciencia desde la integralidad, en el redescubrimiento del pensamiento griego, trabajó en docencia e investigación y en un taller para chicos, tratando de hacer descubrimientos desde la mirada de los niños. Cuando empezaba a funcionar la vida en España y ya había nacido su primera hija, volvió la democracia a la Argentina.


Los empujaron los afectos, claro, pero también algo de ese paisaje del barrio y, a Ecio en particular, parte de esos cinco recuerdos que puede enumerar y de los cuales cuatro se proyectan sobre el río.


La vuelta, igual, no fue fácil. Se instalaron en una casa alejada, camino a la Toma Vieja, con huerta propia, pero casi nada de trabajo. “En todo un año con la ingeniería, hice una casa y un portón”, se ríe. Lentamente, sin embargo, la cosa empezó a funcionar o al menos eso parecía, porque pudo montar una empresa dedicada a la construcción. Avanzó en eso y le dedicó buena parte de su esfuerzo, de su vida, hasta que –en su resumen- “vino (Domingo Felipe, ministro de Economía de Carlos Menem) Cavallo y zaz, la debacle”.


“Se desmoronó todo, me agarró una ulcera, sentía que quería morirme. Mis hijos eran chicos, intenté, pero tuve otra ulcera y seguía complicado”, recuerda. En esa instancia, al parecer final o definitiva, aparece la meditación. La práctica le cambia el modo de mirar. ¿Pero qué es la meditación entonces? Nada, sentarse en silencio y no hacer nada, pero claro, es bravo, es intenso y es revelador no hacer nada.


Desde aquella vez Ecio medita todos los días y comparte el método, guía a personas que se acercan a su casa. Lo hace como un servicio. De ese modo, además, concibió el lugar en el que habla en este momento. Se entusiasma por la cantidad de gente joven que se acerca a la práctica, puede desde esta dedicación, responder dos palabras que encierran preguntas vitales: propósito y misión. “A partir de esto puedo dar esas respuestas”, dice Ecio y también dice que así “he podido encontrar un camino que me va llevando hacia una mayor paz interna, para ir saliendo del conflicto y encontrar un sentido, más allá de contradicciones y cosas que puedan aparecer. Sé –dice Ecio- para adónde voy”.


Este hallazgo, a su vez, lo contactó con la imagen de un abuelo con fama de loco. Una abuelo masón y espiritista, considerado poco menos que un delirante en la familia. Ecio lo recuerda de túnica naranja y atesora un triángulo que le pertenecía y hoy preside esta sala.


El abuelo no estaba loco sino en la misma búsqueda espiritual que hoy abordan miles y miles, a través del yoga, la meditación, la religión u otros modos. Frente a los dogmas que se caen o se desilachan, Ecio está convencido de que el camino es personal y cada cual lo va encontrando. “Las técnicas existen, a partir de esas técnicas uno va a encontrando su propio camino”.


“Hoy puedo decir que todos los pueblos meditan. Entendida la meditación como apertura de la conciencia interna, pertenece a la humanidad en su totalidad, los primeros meditadores que yo conocí, los conocí en el río: puesteros, pescadores, meditan, sin saber que meditan”.


El algún momento se involucró en política, especialmente a través de sus conocimientos respecto a temas ambientales. Estuvo comprometido con mucha fuerza en el movimiento de resistencia que triunfó contra el proyecto de la represa Paraná Medio y junto a Federico Soñez empezó a trabajar en política y terminó por ocupar una concejalía en la primera gestión de Sergio Varisco, en la alianza del radicalismo y el Frente Grande.


Observó en la actividad dos aspectos difíciles de asimilar: los límites “tremendamente impuestos” de la práctica política y la simplificación de situaciones complejas. Es decir, la dificultad de afrontar razones importantes con un enfoque que se termina por interpretar en tonos plenos y sin matices: blanco y negro. No hubo caso con eso y dejó ese camino, pero nunca abandonó la docencia ambiental a la que le dedicó buena parte de sus energías. Y mucho menos el camino que avanza hacia el trabajo interior.


Ahora, con las piernas cruzadas sobre el piso de madera, los hombros ligeramente hacia adelante, el pelo y la barba cana, la mirada que enfoca al mundo, Ecio dice que puede responder a dos interrogantes vitales: propósito y misión. Por eso abre su casa, varias veces por semana, para invitar a los otros a conocer, cada uno, su propio camino".

Nota: Julián Stopello, de Entre Rios Ahora

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