Una feria donde se ofrecen vientres de alquiler con teléfonos de regalo

Son las doce de la mañana del primer sábado de mayo y no sé qué es más violento a esta hora: que a una pareja con problemas de fertilidad que cruza la puerta del hotel Weare de Madrid le griten desde la calle que está comprando bebés, o que el plan VIP de subrogación de vientres en Ucrania de la agencia Surro Family, que acaba de caer en mis manos, incluya por menos de 60.000 euros la canastilla de bienvenida al crío, una niñera de 9:00 a 18:00 y un teléfono inteligente de regalo.

Las gestantes Daksha, Renuka y Rajia posan para una foto en el interior de una casa temporal para madres subrogadas en India en agosto de 2013. La creciente demanda de vientres de alquiler en ese país se llegó a convertir en una industria millonaria y llevó al gobierno indio a prohibir el alquiler de vientres a extranjeros. Credit Mansi Thapliyal/Reuters
Ser una mujer sola, latinoamericana y aún fértil que se pasea callada y curiosa por los stands de Surro Fair, una feria europea de gestación subrogada, me permite no ser blanco de las manifestantes feministas ni tampoco carnada para ningún vendedor que quiera ofrecerme la posibilidad de tener un bebé a través del útero de otra mujer. Así que me muevo con cierta libertad en medio de estos mundos irreconciliables que chocan ahora mismo dentro y fuera del hotel cuatro estrellas que muchos ejecutivos eligen cuando vienen a hacer negocios, muy cerca del estadio del Real Madrid, en una de las zonas más caras de la ciudad.



El primero de esos mundos está formado por agencias internacionales de gestación subrogada y sus potenciales clientes: parejas heterosexuales y parejas gays en busca del sueño del bebé propio. El segundo, por colectivos feministas que están radicalmente en contra y han venido a intentar parar el evento con una protesta. Salir de un microclima para entrar al otro empieza a tener mucho de esquizoide.

Si bien lucrar con la gestación y su producto está penado por ley en España, sí se puede organizar una feria que ofrece estos servicios. Hace unas semanas, estos mismos colectivos de mujeres que protestan lograron que el hotel que iba a alojar a la feria en un inicio cancelara el contrato para evitar escándalos y los organizadores tuvieron que buscarse otro.


En España, en la actualidad hacer contratos de gestación de bebés en vientres de mujeres que renuncian a ellos a cambio de dinero es ilegal. Las parejas que pagan por estos servicios deben hacerlo fuera de su país, de preferencia en Ucrania (el destino más barato, donde se ofrece todo el proceso a menos de 40.000 euros), Estados Unidos (el más profesional y caro: puede llegar a costar hasta 200.000 euros) o Canadá (bajo la modalidad de altruismo, sin pago —pero que es engañosa porque siempre se paga— y sobre todo lenta). 


A través de una serie de trámites bilaterales se podrá traer a los niños de regreso, aunque hay casos en que se les ha denegado el salvoconducto.


“No hay un solo cartel, están escondidos… por algo será”, dice ahora Alicia Miyares, portavoz del colectivo No Somos Vasijas, que ha venido a manifestarse junto con la Red Nacional contra el alquiler de vientres. Para ella, la gente que entra ahora mismo por la puerta está anteponiendo sus deseos a los derechos humanos.

“La palabra feria implica mercado y, así como no existe una feria pública de riñones, no puede haber una feria que comercie con el embarazo, el parto, el cuerpo de la mujer y el bebé. Los estados democráticos no aprueban la compra y venta de órganos, y sin embargo, hacerlo con vientres de mujeres nos parece válido. Hay que mostrar esa contradicción”, dice.



A su lado, una de las Femen —el colectivo de mujeres feministas célebre por sus acciones de protesta en topless— lleva la panza pintada con un código de barras.


Surro Fair es por dentro como cualquier feria, como la de celulares o la de marihuana, con un montón de stands y vendedores de risas falsas, salvo que en ésta las paredes están llenas de gigantografías de bebés sonrosados. O de familias o parejas felices de dientes blancos abrazándose en un prado bajo el sol. 


También hay una que otra foto de alguna mujer muy simpática que se acaricia el vientre, alguien que promete mantener esa sonrisa cuando el bebé ya no esté más a su lado. Es la gestante. La única persona a la que uno no puede encontrar por aquí para hacerle una entrevista. Porque está a miles de kilómetros, en su país pobre, empollando el huevo de otra mujer.


‘Todo incluido’

Hasta 2015, uno de los destinos más visitados por parejas de todo el mundo que buscaban tener bebés por subrogación era la India, pero se probó que su fama de “fábrica de bebés” no era gratuita cuando salieron a la luz los regímenes de esclavitud en los que vivían las gestantes: hacinadas en “granjas” durante nueve meses, sin poder salir ni tener sexo, ni estar con sus familias ni comer, lo que les provoca; explotadas muchas veces por sus propios maridos y por las agencias, a veces recibían una miseria a cambio de parir hijos de occidentales.


En su libro El ser y la mercancía, la periodista y escritora sueca Kajsa Ekis Ekman cuenta que las gestantes llegaban a ser hipnotizadas para no desarrollar el instinto maternal y se les enseñaba a hablar a sus vientres diciendo: “Tus padres te esperan”. Desde entonces, el país inició un proceso para prohibir que un extranjero pudiera contratar mujeres indias para estos fines.


Durante años, Tabasco fue el único estado mexicano que permitía la maternidad subrogada. En enero de 2016 una nueva legislación limitó la gestación subrogada solo a ciudadanos mexicanos, y dejó a decenas de familias en el limbo. Credit Todd Heisler/The New York Times

También México ha dejado de ser el paraíso de los vientres, desde que una modificación de la ley en Tabasco —durante años el único estado que permitía la maternidad subrogada— prohíbe gestar bebés de extranjeros. El 70 por ciento de los “usuarios” eran parejas homosexuales. La nueva restricción ha traído como consecuencia que muchos procesos quedaran inconclusos y varios bebés en el limbo.



Pero mientras en unos países retrocede, en otros avanza. Como en Grecia y Ucrania, hoy destinos de preferencia para heterosexuales que no pueden pagar las fortunas que se demandan en Norteamérica. 


A este paso, quizá no esté lejos el día en que haya granjas de cuerpos embarazados también en países occidentales ricos —como hay prostíbulos en cualquier esquina—, que se empleen masivamente en dar hijos a las clases altas locales que padecen esterilidad.


“La humanidad es muy adaptable”, escribe la autora canadiense Margaret Atwood en El cuento de la criada, esa gran epopeya contra la maternidad subrogada: “Es sorprendente la cantidad de cosas a las que llega a acostumbrarse la gente si existe alguna clase de compensación”.



El máximo hito del “todo vale”, que supera ya cualquier consideración bioética, es la historia del millonario japonés Shigeta, que a los 24 años tuvo 16 hijos mediante subrogación en un plazo de dos años, según él para crearse una base electoral cuando llegara el momento de lanzarse a la política. 


Nunca se descartó que fuera pedófilo o que traficara con niños. Dijo que tendría 15 hijos al año. Su caso culminó con la prohibición de esta práctica en Tailandia. 


Así como hay quienes quieren muchos niños, hay clientes de la gestación subrogada que han devuelto bebés como se devuelve una tele nueva que falla, como el caso del bebé con síndrome de down abandonado con su “madre de alquiler”.


Pero en las fotos de los stands los bebés sonríen, casi puedes tocar sus tiernas boquitas como se acaricia un sueño. En general esa es la idea que se desprende de todo esto: aquí hay gente que puede ayudarlos a cumplir un sueño, uno muy caro.


Cuando la mercadotecnia de la sensibilidad se pone en marcha es porque hay grandes sumas de por medio. Y si no, una rápida mirada a los catálogos arranca de cuajo cualquier romanticismo. 


Me paso un buen rato haciendo compendio de citas: “Forma tu familia”, “Desafiando el destino”, “Exitoso paquete único”, “Todo incluido”, “Selección de gestantes calificadas”, “Selección de donante minuciosa con estudio genético muy amplio”, “La genética es importante para nosotros”, “Nivel de satisfacción del 97 %”, “Más de 7000 bebés nacidos”, “Amplia disponibilidad de donantes y madres gestantes”, “Paquete ilimitado hasta el nacimiento”…



El lenguaje comercial no admite dudas de lo que está ocurriendo aquí. En el último año, la maternidad subrogada se ha convertido en un tema de moda. Las agencias crecen de manera proporcional a la cantidad de dinero en juego. Varios famosos han tenido bebés gracias a la subrogación y se han convertido en sus portavoces: Nicole Kidman, Sofia Vergara, Robert de Niro, Miguel Bosé o Sharon Stone. Y ahora Cristiano Ronaldo, que espera gemelos.




Las promesas son infinitas: desde elegir el sexo, tener dos a la vez, jugar con el azar a ver cuál de los dos padres conseguirá la inseminación. Y aunque suene a eugenesia, también es una posibilidad optar por el óvulo de una hermana, por ejemplo, para que todo quede en familia.


Ese deseado bien

Aunque se cree que a la cabeza de la demanda de subrogación están las parejas gays —que no quieren compartir la crianza con otra mujer o con una pareja de mujeres—, en realidad son el segundo grupo que más requiere este servicio.


El primer lugar lo ocupan las parejas heterosexuales de clase media y alta de países ricos que han tratado de tener hijos en los últimos cinco años y no han podido o no quieren adoptar; el tercer grupo son hombres solteros y el cuarto mujeres que no quieren deteriorar sus cuerpos con un embarazo.


En la cola del stand de la agencia Grace encuentro a una pareja de chico y chica, muy tímidos, con unos rostros muy dulces y temblorosos. Me cuentan que están aquí después de años de probar con tratamientos. Prefieren no identificarse: su larga historia de intentos fallidos ha sido sólo suya hasta ahora y quieren que siga siendo así. Dicen que están viendo, que primero tienen que conseguir el dinero, que pedirán un préstamo. Les pregunto si afuera les han gritado que no compren bebés: “Cada uno con sus ideas”, dice él. “Si estuvieran en nuestra piel o si alguna persona cercana lo estuviera tal vez lo comprenderían”, dice ella.


En uno de los stands veo un cochecito de bebé, justo debajo de una de esas fotografías de criaturas felices. Pienso por un segundo que es parte del atrezo o que es un regalo más de la agencia para hacerse competitiva ante sus rivales, cuando doy un respingo al ver brotar unos pequeños botines dorados que se mueven caprichosamente. Incluso en ese momento pienso en que tiene que ser un muñeco.


Me acerco con pudor, como uno se acerca a los niños de otros. Es un bebé verdadero. Ese sujeto de derechos del que hablan las feministas de allá afuera cuando denuncian su objetivación, su venta. 


Ese deseado bien para los que están aquí merodeando, esa virtualidad de la que todo el mundo habla. Está ahí como prueba de éxito. Esta feria tiene la culpa de que hoy, cada vez que vea a un bebé, piense en su precio.


Al rato veo entrar otro cochecito, esta vez doble, con dos gemelas idénticas. Se abren paso en un pasillo de gente que las mira arrobados, miradas cómplices de parejas por doquier. Las lleva su orgulloso padre hasta el stand de la agencia Neogenic.


“Las tuvimos en diciembre y están muy bien”, me dice, “comen superbien y están muy sanas. Vienen de Ucrania. La verdad es que estamos encantados. Quisimos venir a saludar”. Él y su esposa se colocan al lado del logo de la agencia y los probables futuros padres no se resisten a hacerles fotografías, aunque esté prohibido. 


Quizá el año que viene tomen fotos a sus propios hijos con el nuevo modelo de teléfono que les regalen.


Afuera, la manifestación de mujeres ha sido dispersada por la policía.


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