Política, ciencia y la carrera vertiginosa para encontrar una vacuna contra el coronavirus

La carrera por la vacuna para el coronavirus ha tenido al mundo en vilo: con la pandemia fuera de control, un tenso ambiente político y el invierno del hemisferio norte aproximándose, millones de personas anhelan el anuncio que, se supone, nos devolverá algo parecido a la normalidad.




El desarrollo veloz de una vacuna contra la COVID-19 sucedió durante una elección presidencial y entre un gigante farmacéutico y una pequeña empresa recién llegada de la biotecnología. Las apuestas eran muy altas.


La llamada fue tensa; el mensaje, desalentador. Moncef Slaoui, dirigente de la iniciativa del gobierno de Donald Trump para desarrollar a velocidad una vacuna contra el coronavirus, estaba al teléfono a las 6:00 p. m. el 25 de agosto para decirle a la advenediza empresa de biotecnología Moderna que tenía que retrasar la etapa final de las pruebas de su vacuna en humanos.


El director ejecutivo de Moderna, Stéphane Bancel, un ingeniero bioquímico francés, entendió las implicaciones. En la carrera para acabar con la pandemia, dijo, “todos los días contaban”. Ahora su compañía, que aún no había sacado un solo producto al mercado, se enfrentaba a un retraso de hasta tres semanas. 


Pfizer, el gigante farmacéutico mundial que estaba ocupado en las pruebas de una posible vacuna similar y había prometido resultados iniciales para octubre, tomaría la delantera de forma evidente.


“Fue la decisión más difícil que tomé este año”, dijo Bancel.


El problema de Moderna parecía encajar muy bien con los sucesos de finales del verano de 2020, cuando Estados Unidos se tambaleaba no solo por una pandemia, sino también por la inestabilidad causada por la injusticia racial. Slaoui informó a Bancel que Moderna no había reclutado suficientes candidatos pertenecientes a minorías para sus ensayos de vacunas. 


Si no podía probar que su vacuna funcionaba bien para los ciudadanos negros y latinos, que han sido afectados de manera desproporcionada por la pandemia, no superaría la recta final.


Ambas compañías finalmente completaron las etapas cruciales de sus ensayos en humanos este mes y reportaron resultados iniciales espectaculares. Se trata de vacunas que parecen tener una eficacia de alrededor del 95 por ciento contra un virus que ha matado a 1,3 millones de personas, un cuarto de millón de ellas en Estados Unidos.


Pocas competencias corporativas se han desarrollado con una apuesta tan grande y un telón de fondo tan complejo. 


No solo estaban en juego las rivalidades comerciales y los desafíos científicos, sino también un ambicioso plan para poner al gobierno federal en el centro del esfuerzo y, lo más molesto, la atmósfera política a menudo tóxica creada por el presidente Trump. Con la apuesta de que una vacuna aseguraría su reelección, llevó a cabo campañas públicas y privadas para acelerar el proceso.


El director ejecutivo de Pfizer, Albert Bourla, había prometido evitar el campo minado de la política, pero se vio obligado a atravesarlo. Tras prometer avances en un calendario que parecía respaldar la predicción de Trump de un gran avance antes del día de las elecciones en Estados Unidos, Bourla retrasó el calendario a finales de octubre, temiendo que los resultados de los ensayos clínicos de su empresa no fueran lo suficientemente convincentes para que los reguladores federales concedieran la aprobación de emergencia de su vacuna. 


La noticia del éxito de Pfizer salió a la luz justo después de que se anunció la victoria de Joe Biden en las elecciones.


Bourla había preferido desde el principio mantener a Pfizer y a su socio de investigación, la firma alemana BioNTech, a distancia del gobierno, por lo que rechazó el dinero para investigación y desarrollo de la iniciativa federal llamada Operación Máxima Velocidad.


Bancel, con una compañía mucho más pequeña, hizo lo opuesto y aceptó el financiamiento de un gobierno liderado por un presidente que le daba la espalda a la ciencia. Moderna obtuvo casi 2.500 millones de dólares para desarrollar, fabricar y vender su vacuna al gobierno federal, y se asoció con los Institutos Nacionales de Salud (NIH, por su sigla en inglés) en el trabajo científico, una colaboración muy exitosa que logró evitar la intromisión política de Trump y sus asesores, que habían obstaculizado otros esfuerzos para enfrentar el virus.


Pfizer y Moderna por sí solas no podrían satisfacer la demanda nacional o global, pero otras compañías en Estados Unidos y en todo el mundo también se apresuran en la creación de vacunas efectivas, algunas de ellas con el uso de tecnologías con una eficacia más comprobada, por lo que es probable que surjan otras iniciativas exitosas.



Sin embargo, ambas compañías han logrado una hazaña notable de maneras muy diferentes: desarrollar una vacuna que parece segura y efectiva en cuestión de meses, en lugar de los años o décadas que suelen tardar esos avances. 


Se vieron beneficiados por la unión de tres factores. Un nuevo método de desarrollo de vacunas ya solo estaba esperando ser probado, y el coronavirus fue el objetivo perfecto. Las altas tasas de infección aceleraron el ritmo de los ensayos clínicos, la parte más lenta del proceso. Y el gobierno estuvo dispuesto a gastar lo necesario, lo que eliminó los riesgos financieros y los bloqueos burocráticos con el fin de permitir que la producción en masa comenzara incluso antes de que se finalizaran los ensayos.


Su aparente éxito demostró que en una era de política polarizada, la ciencia fue capaz de derribar las barreras entre el gobierno, los países y la industria para producir una de las pocas buenas noticias en un año de sufrimiento y división.


Bancel estaba en Suiza para asistir a una conferencia de negocios en enero cuando se enteró de la propagación de un nuevo brote viral mortal en Wuhan, China. Inmediatamente se puso en contacto con dos expertos en vacunas de los NIH con los que su empresa había estado trabajando durante años para desarrollar una tecnología que pudiera utilizarse con el fin de diseñar vacunas, una especie de sistema estándar y automático que revolucionaría la forma en que la humanidad se enfrenta a los nuevos patógenos.


Si los sistemas funcionaban, el diseño de una vacuna quedaría terminado en cuestión de días. La tarea que quedaba por hacer incluía ensayos que toman mucho tiempo para asegurar que la vacuna funcione y sea segura, un proceso que no admite atajos.


A diferencia de las formas más antiguas y lentas de desarrollar vacunas, que implican estimular el sistema inmunológico del cuerpo al inyectar virus inactivados o debilitados, Moderna y otras compañías crearon plataformas que funcionan como el sistema operativo de una computadora, lo que permite a los investigadores insertar rápidamente el nuevo código genético de un virus —como agregar una aplicación— y crear una nueva vacuna.







El método emplea una forma sintética de una molécula genética llamada ARN mensajero, o ARNm, para hacer que las células humanas produzcan una proteína viral inofensiva llamada espiga, que luego estimula al sistema inmunológico con el fin de producir anticuerpos y células inmunitarias que puedan reconocer a la espiga enseguida y contraatacar cuando se necesite.


Los esfuerzos anteriores para probar nuevos tipos de vacunas en brotes como el SARS, el MERS y el Zika habían fracasado cuando la amenaza de esos virus disminuyó, antes de que pudieran llevarse a cabo grandes ensayos clínicos. Pero el brote que se propagó en China tenía el sello de una pandemia prolongada, una tragedia, pero también un campo de pruebas perfecto para la nueva biotecnología.


Bancel, de 48 años, tenía lo que un ex colega describió como una “personalidad guerrera”. Había dejado una firma mucho más grande para convertirse en director ejecutivo de Moderna en 2011. En ese momento, le advirtió a su esposa que la apuesta por el ARNm de la firma tenía un 5 por ciento de posibilidades de éxito, pero que, si esa apuesta daba resultado, cambiaría el curso de la medicina.


Comentó que a finales de 2019 el Centro de Investigaciones de Vacunas de los NIH acordó organizar una especie de juego de guerra la primavera siguiente, es decir, una pandemia simulada con un virus desconocido para Moderna con el fin de ver la velocidad con que la empresa podía desarrollar una vacuna.


Ahora, ante una pandemia real, Bancel quería probar de verdad el enfoque de Moderna.


Describió la reacción de su equipo como: “Aquí va de nuevo. Está loco”.


“¿Estás seguro de que deberíamos hacer esto?”, le preguntó Stephen Hoge, el presidente de la compañía, en una reunión del comité ejecutivo en febrero.


Moderna empleaba a solo 800 personas, incluyendo un equipo de fabricación. Veinte vacunas y tratamientos estaban en desarrollo, pero no se esperaba que ninguno saliera al mercado durante al menos dos años. Nunca había realizado un ensayo clínico de fase 3, la última etapa de las pruebas diseñadas para determinar si una vacuna es segura y eficaz para los seres humanos.


Algunos ejecutivos de Moderna sugirieron probar una vacuna durante unos meses, y luego revaluarla. Pero Juan Andrés, el jefe de operaciones técnicas y directivo de calidad de la compañía, dijo que advirtió: “Lo siento, chicos, no hay salida en esta autopista. Si estamos dentro, estamos dentro”.


Los NIH se acercaron a ellos. John R. Mascola, jefe del Centro de Investigaciones de Vacunas, y Barney Graham, subdirector del centro, propusieron la colaboración a Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas.


“Adelante”, cuenta Fauci que les dijo. “Cueste lo que cueste, no se preocupen por eso”.


El objetivo de Moderna era pasar de un diseño de vacuna a un ensayo en humanos en tres meses. El diseño llegó rápidamente. “Este no es un virus complicado”, dijo Bancel.


Graham dijo que después de que China liberó la secuencia genética del nuevo virus, el centro de investigación de vacunas se centró en el gen de la proteína de espiga del virus y envió los datos a Moderna en un archivo de Microsoft Word. 


Los científicos de Moderna habían identificado independientemente el mismo gen. Bancel dijo que Moderna entonces conectó esos datos a sus computadoras e ideó el diseño de una vacuna de ARNm. El proceso completo tomó dos días.


Los científicos de los NIH estaban “realmente entusiasmados” con el enfoque del ARNm, dijo Fauci. Pero Moderna no estaba solo en eso.





En Alemania, un matrimonio de científicos conformado por Ugur Sahin y Özlem Türeci iba por el mismo camino. Su empresa, BioNTech, había estado trabajando con Pfizer durante varios años para desarrollar una nueva vacuna contra la gripe con la misma tecnología de ARNm que utilizaba Moderna. Sahin dijo que le preguntó a un ejecutivo de Pfizer el primer día de marzo si la compañía quería desarrollar una vacuna contra el coronavirus.


Bourla, el principal ejecutivo de Pfizer, admitió que cuando el virus apareció, “no tenía la impresión en ese momento de que esto se convertiría en un problema mundial importante que requeriría una considerable intervención de nosotros”.


Nacido en Grecia, veterinario de formación, ascendió en el transcurso de más de dos décadas desde un puesto en la división de salud animal de Pfizer hasta convertirse en director ejecutivo en 2019.


Al inicio, el ejecutivo de 59 años se enfocó principalmente en la protección de los 90.000 empleados de la compañía en todo el mundo.


Sin embargo, en cuanto se enteró de la propuesta de los alemanes, él y su empresa se movieron con rapidez. Pfizer aceptó asumir los costos de desarrollo de BioNTech y administrar los ensayos clínicos, la fabricación y la distribución. BioNTech acordó pagar a Pfizer cualquier ganancia, que sería dividida.


Algunos colegas de Sahin le advirtieron que esperara un contrato formal antes de dar a Pfizer datos sobre la vacuna. Sahin dijo que respondió que “no había tiempo que perder”. Pfizer envió su jet corporativo a Alemania para transportar muestras de la vacuna BioNTech al centro de investigación de la compañía en Pearl River, Nueva York, para empezar a probarla en animales.


“Para Pfizer, esto implica tanto un asunto de relaciones públicas como un retorno financiero; realmente quieren ser vistos como parte de la solución”, dijo Geoffrey Porges, un analista de SVB Leerink, un banco de inversión en Boston.




El domingo pasado, mientras esperaban los resultados del ensayo de Moderna, Bancel se encerró en una oficina de su casa en Boston.


Justo después del mediodía, un aviso cruzó el sistema de chat seguro de Moderna para que se uniera a una reunión virtual. Con una decena de miembros, Bancel escuchó la voz llana e inerte de un representante del panel externo.


Los resultados fueron notablemente similares a los de Pfizer: de 95 infecciones, 90 estaban en el grupo del placebo y 5 en el grupo de la vacuna.


Luego el panel externo desglosó los casos según la gravedad de la enfermedad, una medida esencial para conocer la potencia de la vacuna.


Once voluntarios habían desarrollado una enfermedad grave, dijo la voz. Luego hubo una pausa que, según Bancel, “pareció eterna”, antes de la última palabra: cada uno de ellos había recibido el placebo.


Se escabulló por el pasillo para decírselo a su esposa. Su hija de 18 años bajó corriendo del segundo piso. La de 16 años subió a toda velocidad las escaleras del sótano. “Los cuatro estábamos llorando”, dijo.

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